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El rito de barrer de la Lanzada

Redacción revista eSmás | revista eSmás O Salnés 33 Verano 2025

O rito de varrer na ermida da Lanzada mantén vivo o poder ancestral do simbolismo galego
El rito de barrer de la Lanzada

El rito de barrer en la ermita de A Lanzada es una de las prácticas más antiguas, simbólicas y evocadoras del santuario, vinculada a la protección frente al mal de ollo (mal de ojo) y a la necesidad de liberarse del meigallo, ese maleficio o energía negativa que, según la tradición gallega, puede afectar la salud, el ánimo o incluso la fertilidad. Desde tiempos remotos, los romeros acuden a este enclave sagrado no solo movidos por la devoción mariana, sino también por el deseo de restaurar su equilibrio espiritual y físico.

 

 

La tradición sostiene que algunas personas, por envidias o malas voluntades, pueden transmitir una carga negativa, consciente o inconscientemente, que enferma el cuerpo o perturba la mente. Frente a esto, el santuario de A Lanzada se convierte en un espacio de purificación, en el que los antiguos ritos —de origen probablemente pagano— sobreviven dentro del marco de las festividades religiosas actuales. No es casual que incluso algunas etimologías populares relacionen el nombre del lugar con esta función: "A Lanzada" vendría de lanzar, es decir, de expulsar lo dañino.

 

El rito se realiza una vez finalizada la misa, cuando los fieles acceden al interior de la capilla. Allí, en un acto silencioso pero cargado de significado, circunvalan el ábside con una escoba, recorriendo el espacio que queda entre el ábside y el retablo. La escoba, instrumento humilde del hogar, se transforma aquí en herramienta ritual. El gesto de barrer, hecho con respeto y concentración, representa la limpieza simbólica del alma y del cuerpo, el acto de retirar aquello que estorba, que ensucia, que impide avanzar.

 

 

 

Para que el rito tenga efecto, debe ejecutarse siguiendo unas pautas muy concretas: hay que barrer tres veces, en sentido contrario a las agujas del reloj, y siempre hacia fuera de uno mismo, como si se empujara el mal fuera del cuerpo. Al finalizar cada giro, o al terminar las tres vueltas, se deben depositar tres monedas en el peto del retablo, como limosna o agradecimiento. Este número —el tres— tiene un valor simbólico poderoso en muchas culturas, y en este caso puede representar el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu, o incluso una adaptación cristianizada del concepto de la Trinidad.

 

Este ritual ha sido practicado, generación tras generación, tanto por creyentes convencionales como por quienes encuentran en él una conexión con lo ancestral, con lo invisible, con ese mundo en el que lo espiritual y lo mágico aún se tocan. Para muchas personas, más allá de creencias religiosas, barrer en A Lanzada es un acto de fe íntima, un momento de recogimiento y esperanza.

 

A día de hoy, el rito sigue vivo, y se transmite de boca en boca entre mujeres mayores, curanderas y devotos, manteniendo intacta su potencia simbólica. En un mundo cada vez más rápido y racional, este gesto pausado y repetitivo —barrer en silencio, dejar una moneda, girar contra el tiempo— resiste como un eco profundo de lo que fuimos y de lo que todavía somos: seres que, frente al dolor, al miedo o a la incertidumbre, buscan refugio en la tradición, en la tierra… y en el misterio.


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