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Entrevista a Enrique León, ex-jefe de la Udyco en Galicia

Fátima Frieiro Santaya | Revista eSmás Vilagarcía Nº 12

Las investigaciones serias contra el tráfico de drogas empezaron con Baltasar Garzón, cuando se asentó en la Comisaría de Vilagarcía
Entrevista a Enrique León, ex-jefe de la Udyco en Galicia

 

Enrique León Calviño nació en Verín en el año 1944, pero tiene su corazón dividido entre su localidad natal y Vilagarcía, donde vive desde el año 1970, “toda una vida”.

Inició su carrera para ingresar en el cuerpo de la Policía Nacional muy joven y fue en el año 1995 cuando fue ascendido a comisario en jefe en la Comisaría de la capital arousana. Solo cuatro años después pasaría a asumir la jefatura de la Unidade de Drogas e Crime Organizado (Udyco) de Galicia. Se marcharía a Santiago de Compostela en el año 2001, pero nunca abandonó Vilagarcía. De hecho se convirtió en alcalde, el más breve de la historia democrática de la localidad, de la mano del PSOE en las elecciones de 2007. Dimitiría apenas una veintena de días después de tomar posesión. Enrique León abre su memoria para hablar de su trayectoria profesional y de Vilagarcía.

Empecemos por el principio. ¿Cómo decide Enrique León hacerse policía?
Yo creo que siempre quise ser policía, ya cuando estaba estudiando el bachillerato. Es una profesión totalmente vocacional, al menos en la Policía que yo conocí y viví. No tenías horarios, eran muchos días sin librar... pasabamos momentos muy apurados. Hay mucha gente que lo elige como un modo de vida, pero creo que hay otros modos de vida mucho más cómodos que este. Ser policía o te gusta, o si no es un fracaso. Digamos que es casi como un sacerdocio. Para tener un poco de prestigio dentro del cuerpo necesitas de la vocación.

Y era una época difícil, en el 1968, en plena dictadura...
Sí, pero lo que pasa es que apenas lo notabas. Cuando yo entré en la Policía todavía le quedaban siete años al “finadiño”. Era otra vida. Yo me acuerdo de llegar aquí, en el 1970, y los domingos ibas a Comisaría, no porque tuvieses que ir, sino porque el comisario quería verte. Te daba los “buenos días” y él iba a misa y tú a tomar unos vinos o al revés. Eso ahora ha cambiado, ha cambiado mucho.

¿Cómo recuerdas la Vilagarcía de aquellos años?
Preciosa. A Vilagarcía la destrozaron más tarde todos esos mamotretos al lado del mar, una auténtica barbaridad. Cuando yo llegué el parque llegaba a donde está el Miguel Hernández. Lo que se hizo fue una auténtica salvajada.

¿Cómo era trabajar en la Policía aquellos años?
¿Aquí? Pues muy tranquilo. Aquí había un hecho delictivo una vez cada quince días o uno al mes. Además eran tonterías, “pijadas”, algún hurto o robo sin importancia.

La cosa cambió en los 80...
Sí, cambió, y era lógico. Cambió con la llegada de la democracia. Cuando se ensanchan los caminos de la libertad ello implica que se estrechan los de la seguridad. La seguridad en un sistema dictatorial casi sucede ella sola por el miedo. En los años 80 fue cuando empezó el contrabando a consecuencia de la aprobación de la Constitución en el año 1978. La Constitución prohibía las penas privativas de libertad que no fuesen dictadas por un juez. Antes esas penas privativas las podían imponer los delegados provinciales de Hacienda en temas relacionados con el contrabando, por ejemplo. Con la Constitución eso quedó sin efecto y durante unos años hubo terreno libre para el contrabando.

¿Por qué?
Pues porque durante años lo que único que se le podía hacer legalmente a un contrabandista era ponerle una multa, de dinero.
Ellos no tenían absolutamente nada a su nombre. Digamos que en aquella época no había nada legislado porque no era necesario. Las leyes siempre van detrás de necesidades y en aquel momento pues fue el “boom” del contrabando.

¿Hasta cuando duró eso?
Hasta el año 1982 que fue cuando se aprobó la ley que lo penalizaba. En ese año y en el siguiente se hizo una operación grandísima contra el contrabando en la Comisaría de Vilagarcía y fue donde se intervino a muchísima gente de los conocidos como los Charlines, Sito Miñanco etc. Eran familias enteras. Tú te ponías en una esquina de la calle y veías a gente con una caja de zapatos vacía llena de billetes y dársela a los tíos, en plena calle y al mediodía. Era dinero “a espuertas”. Aquello se había convertido en algo francamente cantoso. Aquella operación la hicimos cuando aún no había juzgado en Vilagarcía, la hicimos con el de Cambados con José Luis Seoane Spiegelberg, que ahora preside la Audiencia Provincial de A Coruña. Tras la redada hubo gente que se quedó ahí y otros muchos que dieron el salto.

Fue ahí donde empezaron los grandes clanes...
Sí, empezaron ahí. A lo largo de toda la década y hasta la Operación Nécora en el año 1990 (12 de junio).

¿Cómo recuerda aquel día?
A mí me pilló en Madrid en un juicio. Yo cuando llegué a Vilagarcía me llevé una sorpresa tremenda porque estaba la Comisaría tomada. Era impresionante lo que había allí. Baltasar Garzón dirigiéndolo todo, trescientos y pico de policías, la brigada de estupefacientes. La Comisaría de Vilagarcía no intervino en esa ocasión, lo hizo en la siguiente.

¿Cómo es Baltasar Garzón?
Pues con él mantengo una gran relación de amistad aparte de la profesional. Es una persona con una capacidad de trabajo impresionante y un enamorado de su profesión. Lo hace por auténtica vocación, bueno, lo hizo hasta que lo echaron.

Puede decirse que la Operación Nécora sí constituyó un símbolo en la lucha contra el narcotráfico, pero muchos de aquellos detenidos siguieron en el negocio...
Después de la Operación Nécora los que siguen son los de “segunda fila” que son, si cabe, más peligrosos. Los otros estaban acostumbrados al contrabando, a figurar, a la ostentación. Ahora es todo lo contrario, procuran estar en el más absoluto anonimato. Esa fue la gran diferencia.
La Operación Nécora tuvo dos partes. Fueron dos personas las que dieron lugar a ella, Ricardo Portabales y Manuel Fernández Padín. Portabales no tenía ni idea y se dieron de cuenta de ello en la Parda cuando declaraba y aludía a cosas que no tenían sentido. Por ello la primera parte de esa Operación fue un fracaso porque se tiró de gente que no tenía nada que ver como Carlos Goyanes o Barreiro y que estaban de moda. La segunda parte fue la más interesante, ahí estaba Fernández Padín y él sí sabía de lo que hablaba.

¿Cómo valora la figura que desempeñaron más tarde estos “arrepentidos”?
Mal, muy mal. El arrepentido no puede convertirse en una figura, sino que tiene que ser un tío que pase totalmente desapercibido. Que le den una identidad nueva, que lo lleven para otro sitio, bien. Lo que no puede pretender un arrepentido es vivir toda la vida a costa del Estado con coche, escolta o piso. No, chico. Eso dura un tiempo y luego hay que buscarse la vida. El arrepentido es una palabra que significa algo, otra cosa es ser colaborador necesario. ¿Qué te merece la pena: colaborar o cumplir condena? Y eligen.

Fernández Padín llegó incluso a escribir un libro...
Estando yo en la Comisaría venían los policías que acompañaban a Padín y se quejaban mucho. Él iba a donde había las mayores aglomeraciones de gente... ¡en su tierra!, donde lo conoce todo el mundo. Ostentación, lo que decía antes. Estás buscando que vengan a por ti. Menos mal que los Charlines no quisieron cargárselo, sino lo habrían hecho.

¿No cree que, al menos hasta la Operación Nécora, existía cierta sensación de impunidad entre la ciudadanía con los narcotraficantes?
¿En aquel momento? Pues posiblemente existiese esa sensación. Con el contrabando desde luego que sí, porque era socialmente aceptado, era el deporte nacional. Del narcotráfico no se sabía nada. La primera intervención que se hizo fue en un barco que estuvo mucho tiempo ahí tirado. Eran mil kilos de hachís. Ahí la cosa ya empezaba a tomar otro cariz más difícil. Mandábamos un montón de notas a la Dirección General de la Policía informándoles de la situación hasta que se dieron cuenta y empezaron a moverse para traer gente de la Brigada de Estupefacientes que se asentaron aquí y fue cuando las investigaciones empezaron en serio.

Además existía un drama social con los drogadictos...
Lo de los drogadictos no solo era aquí. Las madres contra la droga tienen mucho mérito, pero ese era un problema que existía en todos los sitios. Fue una época en la que la heroína hizo mucho daño.

Lo más destacado de aquella épocaeran los conocidos como “ajustes de cuentas”...
Sí, había muertes, pero eran entre ellos. Habían matado al Baúlo en Cambados, la mujer quedó en silla de ruedas y a los sicarios los cogimos días después.
Aquí, en el que era el pub El Museo, un tal Ferreiro había matado a Danielito Carballo y luego a otro. Pero en ese caso, parece ser y según mis informaciones en aquel entonces, que era por un asunto “de faldas”.

¿Entonces es una exageración la comparación de Arousa con Sicilia?
Total y absoluta. La gente normal, en Vilagarcía, vivía normalmente. Cogió la fama porque se estableció aquí Baltasar Garzón y era el único sitio que tenía Comisaría, pero el 95 % de los ciudadanos que tenían que ver con el narcotráfico eran de los alrededores.

Hablaba antes de la ostentación antes de la Nécora, ahora ha cambiado el modus operandi...
Sí, ha cambiado y se han creado una serie de figuras delictivas que antes no existían, como el blanqueo de capitales. A testaferros a los que antes no se podía llegar, ahora sí se puede. Yo recuerdo a principios de los 80 que fuimos a buscar a un paisano que estaba sachando en una finca, el hombre medio tonto, y que había movido en una cuenta a su nombre más de 3.000 millones de euros en apenas tres meses.
Hasta no hace mucho algunos creían que si no le cogían droga en casa o encima pues que no les iba a pasar nada, pero existen una serie de pruebas, intervenciones telefónicas, de contactos, de papeles, vigilancias...

¿Cuando puede llevar preparar una operación policial contra el tráfico de drogas?
Pues depende, porque algunas pueden torcerse. La ciudadanía conoce las que tienen éxito, pero no se puede imaginar las que por cualquier tontería se quedaron en el camino. Una de las últimas que recuerdo estaba yo en A Coruña, de jefe de la Udyco, y estaba todo preparado. Teníamos incluso a un tío dentro que iba a meter una radio baliza entre los fardos. Hicieron una operación en Venezuela en donde se incautaron 15.000 kilos de cocaína de los cuales parte iban a venir para nuestra operación. Al final quedó en nada. Algunas veces crees que vas a tardar mucho y en dos o tres meses está resuelta y otras pueden durar dos años tranquilamente.

¿Y la cantidad de efectivos que pueden llegar a trabajar en una operación así?
En la investigación propiamente dicha pues no mucha gente. Quizá un par de grupos que pertenecen a la Brigada de Estupefacientes. Ahora sí, cuando revienta toda la operación entonces sí porque hay que hacerla con la gente suficiente. Las detenciones deben ser al mismo tiempo, a la misma hora, porque se avisan entre ellos.

¿Cómo era la colaboración entre los cuerpos, por ejemplo, con la Guardia Civil?
Muy buena, al menos cuando yo estuve, y eso que el sistema policial español no es el más adecuado. Yo creo que aquí se le podría sacar muchísimo más fruto a la labor policial si se unificasen la Policía Nacional y la Guardia Civil. Eso sería lo ideal, pero hay oposición entre los propios funcionarios, sobre todo en los cargos más altos. Aparte la Guardia Civil tiene una determinada dependencia militar y entonces es más difícil.

De todas las operaciones que llevó como comisario, que habrán sido muchas, ¿cual recuerda de forma especial?
Buff... fueron muchas, muchas. La que más me llamó la atención, que nos llamó la atención a todos, fue una que hicimos en la zona de Riveira en donde se habían cogido unos 7.000 u 8.000 kilos de cocaína. Parte de ellos, unos 4.000, los habían escondido en un garaje. Pero bueno, fueron muchas operaciones. A veces pienso que debería haberlas apuntado en una libreta, porque fueron muchísimas anécdotas.

¿Es esa la asignatura pendiente? ¿La de contarlo por escrito?
(risas) Me propusieron escribir un libro nada más llegar a Santiago. Vino un editor y en aquel momento, ya de entrada, me daba dos millones de pesetas en mano. Pero esas cosas van con cada uno y ya está, quedan dentro.

¿Alguna vez tuvo miedo?
¿Si tuve miedo? No, nunca. Ni tuve miedo ni tenía por qué tenerlo. Una vez desde la cárcel me mandaron un aviso a través de un abogado, pero nada. Ni me rayaron el coche ni nada, era todo muy tranquilo.

¿Está al tanto de las quejas por falta de efectivos y medios de la actual Comisaría?
Estoy al tanto por lo que leo en la prensa. Ahora ya es otra Policía. Yo ya voy poco por la Comisaría, voy más a la de Santiago. Los que ingresamos hace tantos años pensamos todavía en la Policía que conocimos.

Enrique León no solo ha sido policía, sino que incluso ha llegado a ser alcalde de Vilagarcía. ¿Cómo valora ese efímero paso por la política local?
Eso fue un fracaso, una metedura depata tremenda en la que no debería haberme metido. La política es para los políticos y yo tengo una mentalidad cuadriculada, veo todo lo que está bordeado por el imperio de la ley y fuera de ahí, nada. Me vinieron a buscar y me dejaron en la estacada a la primera de cambio. Se podrían haber hecho cosas interesantes. Tienes una serie de ideas acerca del pueblo en el que vives y para uno siempre es un honor ser alcalde.
Sin embargo lo que no te imaginas es lo que te puedes encontrar allí, te encuentras con una gente que así les fue...

¿Se siente decepcionado?
Sí, en ese aspecto completamente. Me sentí engañado, defraudado y desde luego no apoyado. Quisieron ponerse a mi lado el día que dimití, pero me negué. ¿Querían representar la Última Cena y el Beso de Judas? Ni hablar, dimito yo solo. Hubo gente, como Bugallo o Gago, que me dijeron que no dimitiese, pero aquello no era lo mío. Yo siempre pienso que cometí una torpeza, y era la de decir que no iba a cobrar. De hecho me reuní con el portavoz de la oposición, Tomás Fole, y se lo dije. Fueron los primeros en dispararme. Y que te disparen los de enfrente, pues vale, pero que te disparen los de tu propia casa... eso sí que no merece la pena. Solo me fastidió por la gente que me había confiado su voto.

¿Qué hace ahora Enrique León?
Pues vivir, vivir y estudiar francés. (risas) Ya estoy en quinto en la Escuela de Idiomas. Además hago algo de deporte, viajo -aunque no mucho-, y así. El otro día hablaba con una compañera de clase de que cuando terminemos francés nos podemos matricular en italiano, que dicen que es el idioma del amor, y por lo tanto debe ser precioso.

 


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