En España sufren algún tipo de sordera casi dos millones de personas, de los que aproximadamente la mitad son menores de 60 años. Esta patología, que se asocia más frecuentemente al sexo masculino, puede estar provocada por la exposición al ruido, infecciones del oído, algunos fármacos o ciertas enfermedades como la diabetes o la hipercolesterolemia, y aumenta las posibilidades de aparecer conforme avanza nuestra edad.
¿Qué implica quedarse sordo y por qué aparece?
Una sordera o hipoacusia moderada implica un deterioro importante en la calidad de vida: disminución de relaciones sociales, alteraciones de la conducta, problemas de comunicación... Además, compromete la seguridad física e incluso se asocia a estados de depresión.
Es importante destacar la necesidad de tratar la pérdida auditiva cuando empieza a manifestarse ya que, en muchos casos, la sordera se puede prevenir o minimizar su daño.
La gran mayoría de las hipoacusia se deben a que las células de la cóclea se deterioran con la edad y no se regeneran, dando lugar a una disfunción que se manifiesta en una incapacidad para percibir tonos o frecuencias (total o parcialmente). Es aconsejable hacerse revisiones anuales o bianuales a partir de los 55 o 60 años para poder tomar medidas antes de que los problemas empiecen a presentarse.
Tipos de hipoacusia
Existen varias clasificaciones del tipo de hipoacusia o sordera, según tres factores: la intensidad de la pérdida, la localización de la lesión y el momento de la aparición. Las dos primeras son las clasificaciones más generales.
Dependiendo de la intensidad de la pérdida, diferenciamos entre:
-Ligera (pérdida e entre 20 y 40 decibelios, con dificultar para escuchar conversaciones que se desarrollan a pocos metros o en ambientes ruidosos)
- Moderada (entre 40 y 70 dB, dificultad de participación en conversaciones)
- Severa (entre 70 y 90 dB, necesitamos una intensidad de sonido alta y a menos de un metro para que se nos escuche)=
- Profunda (superior a 90 dB, las frecuencias del habla son difíciles, solo sonidos muy intensos).
En función de la localización de la lesión, se trataría de hipoacusia de transmisión si estuviese causado por problemas o alteraciones en el oído externo o medio, donde se transmiten las ondas sonoras hacia el tímpano. Hablaríamos de hipoacusia de percepción cuando se ve afectado el oído interno o el nervio auditivo, encargado de la transmisión hasta el cerebro.
El gran aliado: el audífono
Los audífonos son los dispositivos que sirven para compensar o solucionar la mayoría de los problemas generados por la pérdida auditiva. Inicialmente eran unos aparatos grandes, incómodos y antiestéticos, que no actuaban más que como simples amplificadores.
Desde mediados de los 90 hay un antes y un después en la audiología protésica: el inicio de la era digital. Esto ha permitido mejorar el aspecto y la funcionalidad de los audífonos de una manera asombrosa.
Actualmente disponemos de audífonos mucho más estéticos, casi imperceptibles y, lo más importante, con unas prestaciones que permiten una calidad del sonido antes impensable. De la misma manera que las gafas se han convertido en un complemento de moda, los nuevos audífonos digitales tienen un tamaño y diseño que permiten llevar a cabo adaptaciones casi invisibles.
Permiten una personalización asombrosa, ya que pueden modificar todas las frecuencias de la gráfica audiométrica de cada paciente. Así se consigue una percepción sonora que cada vez se parece más al oído real.
Los nuevos audífonos están compuestos por chips y microordenadores, lo que implica una mayor exigencia respecto a la capacidad del profesional.
La calidad de la adaptación audioprotésica actualmente requiere, además de experiencia y una titulación, dominio de aspectos hasta ahora considerados innecesarios como la psicología del paciente, conocimientos de informática y tecnología electrónica y, sobre todo, formación continua. Cada vez más, la pérdida de las capacidades auditivas no supone el fin del mundo.