7 días antes
Suena el teléfono.
- Hola, cariño. Estaba pensando que, como mañana estamos de aniversario, ¿qué te parece si el sábado dejamos a los niños con los abuelos y salimos a cenar y tomar una copa?
- Perfecto, pero esta vez escoges tú. Te doy vía libre, pero con una condición (por el tono se aprecia una leve sonrisa en los labios): la sobremesa, que sea un buen gin tonic.
- Muy bien, hablamos por la noche. Que tengas buen día. Un beso, te echo de menos.
- Un beso para ti también, cariño.
Hace solo cinco años pensaríamos que Paloma, esa noche, le propondría a su pareja ir al restaurante de moda de la ciudad. Siempre que haya conseguido reservar una mesa, claro, algo un poco improbable a tres días vista de la celebración.
El jueves, después del trabajo, Paloma queda con sus tres compañeras de trabajo para tomar algo en una¡ cafetería. Paloma se muere de ganas por contar su experiencia.
- Chicas, el sábado fuimos a cenar a un restaurante increíble. Os lo recomiendo al 100%. Como sabéis, siempre es Jorge el que se encarga de estas cosas, pero el pobre está hasta arriba de trabajo y me pidió que, esta vez, me encargase yo de hacer la reserva. Después de mirar en Internet y en foros, me decanté por uno que se encuentra subiendo la arboleda, a 800 metros más o menos de la farmacia. Nunca había oído hablar de él, pero las críticas que leí eran muy buenas. No se encontraba en el bullicio de la ciudad y pensé que podría ser buena idea. También leí varias referencias y se trataba de un restaurante con detalle en su decoración y comida cuidada.
» Me lancé a llamar y la chica que me cogió el teléfono fue superagradable, mostrando en todo momento un tono tranquilo y se notaba que tenía una sonrisa en sus labios. Incluso me preguntó si se trataba de una celebración especial, reservándome una mesa al lado de una ventana que da a un patio impresionante, apartadita del resto de mesas.
» Cuando llegamos no fue necesario decir a nombre de quién estaba la reserva, ya que se percataron de cual se trataba tratándonos por nuestro nombre con una sonrisa. El sitio, con mucho encanto, muy luminoso y decorado de forma correcta, dejaba ver la limpieza y pulcritud.
» La carta cuenta con un poco de todo, bastante variada, así que nos dejamos aconsejar por la camarera. De primero nos recomendó una ensalada perfectamente aliñada de queso de cabra con frutas de temporada y frutos secos que mezclaba sabores dulces y salados, no sin antes preguntarnos si nos gustaba el queso. De segundo nos recomendó una merluza del pincho a la cazuela con patatas que le había traído la pescadera esa misma mañana. ¡Impresionante es la palabra! Se deshacía en lascas, notándose la frescura de la merluza, y las patatas son de las que cosechan ellos en un trocito de huerta que tienen en un lateral.
» Nosotros no somos muy de postres, pero es que tenían una pintaza, así que pedimos una tarta con miel casera exquisita.
» Y, para mi sorpresa… ¡Jorge se quiso quedar a tomar el gin tonic en el propio restaurante! Mientras tanto la camarera, que también es la copropietaria, nos explicaba la historia de cómo había comenzado esa nueva andadura tomándose una copa con nosotros.
Nos contó cómo se abastecen de las materias primas: el pescado de la pescadera del pueblo que va todos los días a la lonja. Es un amigo de sus padres quien hace el queso de cabra en su propia casa de montaña. Las verduras, hortalizas y patatas provienen de su huerto, al igual que las plantas que aromatizan los platos. Y, lo mejor: el pan casero de centeno de masa madre que realizan todas las tardes.
Estas pequeñas anécdotas nos hacen intuir que, en la actualidad, nuestras tendencias, gustos y preferencias, hablando de forma generalizada, han dado un giro de 180 grados. Ya no nos atrae el restaurante de moda que requiere premeditar la reserva durante días, semanas e incluso meses. Ahora prevalecen los lugares que nosotros mismos exploramos por primera vez o que nos han aconsejado en nuestro entorno. Prevalece esa experiencia que hemos vivido o nos cuentan de cerca, una experiencia que compartiremos con nuestros amigos para que ellos también vivan ese momento y se convierta en un recuerdo vivo.
Se valoran los productos frescos, adquiridos a pequeñas empresas locales con historia y tradición.
También son importantes el mimo y el cariño con el que se hacen las cosas. El trato inmejorable hacia los clientes es indispensable. Y todo ello regado, por supuesto, de encanto, simpatía y lo más
importante: el savoir faire.